“He aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación”
Filipenses 4:11
A menudo se nos dice que lo que no importa son las circunstancias de la vida, sino cómo reaccionamos a ellas. Es cierto. En vez de estar tratando siempre de cambiar nuestras circunstancias, debemos pensar más en cambiarnos a nosotros mismos.
Hay diferentes modos en los que la gente responde a los acontecimientos adversos. Unos son completamente impasibles, apretando los dientes sin mostrar ninguna emoción.
Otros responden histéricamente. Se derrumban emocionalmente con grandes clamores, lágrimas y demostraciones físicas raras. Algunos reaccionan derrotados. Se rinden en un despreciable desaliento. En casos extremos esto puede terminar en suicidio.
El cristiano normal responde sumisamente. El creyente razona: “Esto no sucedió por accidente. Dios controla todo lo que llega a mi vida. No ha cometido un solo error. Ha permitido que esto suceda para glorificarse a Sí mismo, bendecir a los demás y hacerme bien. No puedo ver el pleno desarrollo de Su programa, sin embargo, confiaré en él. De modo que me inclino ante Su voluntad y oro pidiendo que se glorifique a Sí mismo y me enseñe lo que desea que aprenda”.
Estos son los que usan la adversidad como un trampolín para la victoria. Transforman lo amargo en dulce y las cenizas en belleza. No dejan que las circunstancias les gobiernen, más bien hacen que las circunstancias les sirvan. En este sentido, son “más que vencedores.
Filipenses 4:11
A menudo se nos dice que lo que no importa son las circunstancias de la vida, sino cómo reaccionamos a ellas. Es cierto. En vez de estar tratando siempre de cambiar nuestras circunstancias, debemos pensar más en cambiarnos a nosotros mismos.
Hay diferentes modos en los que la gente responde a los acontecimientos adversos. Unos son completamente impasibles, apretando los dientes sin mostrar ninguna emoción.
Otros responden histéricamente. Se derrumban emocionalmente con grandes clamores, lágrimas y demostraciones físicas raras. Algunos reaccionan derrotados. Se rinden en un despreciable desaliento. En casos extremos esto puede terminar en suicidio.
El cristiano normal responde sumisamente. El creyente razona: “Esto no sucedió por accidente. Dios controla todo lo que llega a mi vida. No ha cometido un solo error. Ha permitido que esto suceda para glorificarse a Sí mismo, bendecir a los demás y hacerme bien. No puedo ver el pleno desarrollo de Su programa, sin embargo, confiaré en él. De modo que me inclino ante Su voluntad y oro pidiendo que se glorifique a Sí mismo y me enseñe lo que desea que aprenda”.
Estos son los que usan la adversidad como un trampolín para la victoria. Transforman lo amargo en dulce y las cenizas en belleza. No dejan que las circunstancias les gobiernen, más bien hacen que las circunstancias les sirvan. En este sentido, son “más que vencedores.